EL MIEDO A LA LIBERTAD… En los foros de filosofía…

Quien pone reglas al juego

Se engaña si dice que es jugador,

Lo que le mueve es el miedo

De que se sepa que nunca jugó.

Cuando te invitan a un foro de filosofía te nace en lo profundo del alma la duda socrática sobre el saber y lo limitado que es el camino del conocimiento. Ni viviendo cien vidas se podría llegar a tener alguna certeza sobre ese “elefante” en la oscuridad. Unos se centran en la trompa, otros en las orejas y aquellos que tocan el rabo se sienten perdidos. Nadie puede, entre tinieblas, abarcar la totalidad majestuosa del enorme paquidermo.

Lo que está claro es que en un foro filosófico la libertad de conciencia y expresión debe estar garantizada. No se puede reflexionar sobre la esencia, las causas y efectos de las cosas, su realidad; sobre el hombre y el universo, sin la libertad de opinión… La filosofía básica huye de las verdades absolutas y deja tirados por el camino a los dogmáticos y los intolerantes.

Los versos que inician este texto lo dejan claro… El que impone reglas en el ágora suele ser un déspota minusvalorado; un invalido intelectual amarrado a tres o cuatro certezas inalterables… Simplemente, no ha jugado nunca al pensamiento crítico y nunca al debate libre de ideas. Es un insignificante machacante de los dogmas y un mutilado inquisidor en sus ratos libres… Mejor haría siendo un buen estudiante de teología o de sociología “teledirigida”, tan útil en estos tiempos…

Sé que es muy difícil ser libre… Tuve que pasar los cincuenta para darme cuenta de lo solo y desamparado que te deja el tener una opinión propia y defenderla… El miedo a la libertad, que tan bien nos explicó Erich Fromm, conduce a la mayoría de las personas a la búsqueda de la comodidad ideológica. Acaban escapando de la libertad positiva para caer en el autoritarismo, la destructividad y la conformidad… (Jesusito, qué me quede como estoy…)

Se comienza con unas básicas reglas de participación y se acaba en la censura… “Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor”; proclamó el viejo Unamuno frente a los que gritaban “muera la inteligencia”.

En un foro filosófico la libertad es la premisa clave… Se ha de escuchar al ignorante, al procaz sofista, al perro cínico, al contumaz escéptico e incluso al cura dogmático… Todos deben ser escuchados y debidamente respondidos…

Pero claro, hay amantes de la simbología y la semiótica, con hábito talar, que creen que en el ágora solo pueden participar los buenos ciudadanos griegos “libres”; apartando a las mujeres, a los esclavos y, sobre todo, a los que no cumplen con los dioses… Los especialistas en protocolo y buenas formas suelen ser más papistas que el Papa; creyendo que los ritos son más importantes que las opiniones…

Me duele la intolerancia, hasta la más humilde y más ramplona, puesto que inicia el camino de la censura… Un camino que estos días, donde hablar y opinar es terrorismo, está lleno de monaguillos con su turíbulo perfumado…

“Prohibido hablar de política” era un cartel que el dictador caribeño colocaba en las barberías; como nos cuenta García Márquez en “El otoño del patriarca” (que encarecidamente recomiendo); primer aviso a navegantes habladores… El segundo era echarlo a los tiburones desde el acantilado.

Creo que la lucha contra la intolerancia ha sido la guía de la historia filosófica. Desde Sócrates, pasando por Giordano Bruno, Spinoza y tantos, hasta nuestros días.

Poco favor le hacemos al conocimiento cerrando la boca a aquella parte de la sociedad que no comulga con nuestras ideas… La dialéctica, y no el dogma, es la base del pensamiento crítico, y, por tanto, de la filosofía de la calle… La de los altares ya se estudia en las sesudas academias; llenas de discípulos brutos, pendolistas de los escritos del sabio maestro…

Sea este escrito, sin maldad ninguna, una oda al pensamiento libre y crítico, a la opinión de los mediocres y a la alegría de la libertad de conciencia…

Dejo aquí un pequeño texto de mi filosofo de cabecera:

“Soy, pues, un queso de múltiples leches. Debo declarar que de la heterogeneidad de mis fundamentos genealógicos he salido yo tan complejo, que a menudo me siento diferente a mí mismo”.

Tito Liviano.

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